jueves, 12 de junio de 2008

Publicidad directa al consumidor (elementos de reflexión)

lo cierto es que se ha creado un buen revuelo con el tema de de la publicidad directa al consumidor de los medicamentos de prescripción. También conocida como DTCA (Direct-to-consumer-advertising) . Como resumen de la última encuesta abierta de la UE hay una mayoría de agentes sociales que quiere impedir que la industria informe bajo ciertas normas de sus productos a los consumidores (nunca con objetivo comercial, sino con el objetivo teórico de conseguir una mayor información del consumidor de modo que sea más libre a la hora de escoger). La UE ha expresado que no sería una publicidad indiscriminada ni para alentar al consumo, sino una información contrastada e incluso verificada previamente por las autoridades sanitarias.
La clave está a mi juicio en dos puntos. Primero, aquella que separa la información de la publicidad. En principio la información se basa en dar conocimiento o comunicar características de un objeto, tanto buenas como malas. La publicidad ha de estar necesaria basada en la comunicación interesada y dirigida de las ventajas y el disimulo de las desventajas o inconvenientes. Hasta ahora la ley ha venido considerando publicidad a toda aquella información dirigida al público en general. En el caso de los medicamentos, sólo una pequeña lista de ellos podían ser objeto de comunicación al público. Este tipo de productos se llaman medicamentos publicitarios.
El segundo punto es si se está planteando adecuadamente la pregunta. En libertad, en un estado de derecho ¿debo preguntar si una cosa se puede hacer o, por el contrario, debo preguntarme por la razón o razones para prohibir una práctica determinada?. Dicho de otro modo: yo poseo un bien social, el medicamento. Conozco sobre él más que nadie pues se trata de mi creación. ¿Qué prevalece, el derecho del paciente a conocer y el derecho a decidir o el derecho de un Estado-Paternal que me indica lo que puedo o no puedo saber y en qué momento? Incluso ese Estado quiere decidir qué personas están facultadas para conocer todo sobre ese medicamento (las facultadas para dispensarlo y prescribirlo).
Se podría pensar que tenemos derecho a decidir nuestro destino general en las urnas, podemos decidir nuestro sexo incluso, y no tenemos derecho a decidir sobre nuestra propia salud. Debemos tener un tutor, el médico, que siempre nos recomendará lo más adecuado. Supongo que se supone que a él tampoco le puede engañar nadie, ni nadie le puede corromper.
El tercer punto es que nos enfrentamos a una población que de facto es analfabeta funcional y tiene tendencia a creerse todo lo que se publica o se dice o se ve en los medios. Esto puede ser terrible en el ámbito de la salud, pero ¿acaso no hay programas que a diario nos bombardean con productos potencialmente más peligrosos como son los productos milagro?

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