martes, 24 de junio de 2008

Innovación, química y mucha cara con los genéricos

Uno de los elementos clave para conformar el llamado "estado del bienestar" en el que nos hallamos en Europa es, sin duda, el desarrollo al que hemos llegado desde el punto de vista tecnológico, sanitario y en general en todo lo relacionado con el día a día y nuestra comodidad en todo el sentido amplio de la expresión.
No cabe mucha objeción si afirmamos que una de las bases sobre las que se asienta este desarrollo son las mejoras en todo lo relacionado con la salud.
Enfermedades de las que la anterior generación simplemente se resignaba a aceptar y hablar de ellas casi significaba la muerte, como la viruela, la tuberculosis y otras enfermedades infecciosas, hoy se encuentran afortunadamente desaparecidas o muy controladas, cuando no se dan exclusivamente en personas que por una u otra causa tienen su sistema inmunitario muy comprometido por otras patologías (por ejemplo el sida) que están en estudio aún.
Gran parte de esta indudable mejora se ha producido por los inmensas avances en la parte quirúrgica de la medicina, otros han sido debidos a la mejoras de las técnicas diagnósticas (PET, TAC, RMN entre muchas otras) y a un mayor conocimiento que tenemos de nuestra fisiología, lo que ha llevado a la práctica de un conjunto de costumbres más saludables que hacen nuestra vida de mayor duración y de más calidad.
Pero quizás en el día a día, el mayor avance se haya producido por la introducción de un nutridísimo grupo de nuevas medicinas que de las maneras más ingeniosas han logrado ser poco menos que nuestro pan de cada día y el remedio de tantas y tantas dolencias graves y menos graves con la suficiente eficacia y seguridad.
De la misma manera que en la historia del hombre cabe hablar de un antes y un después de la rueda, un antes y un después de la imprenta, un antes y un después de la aeronáutica, de la automovilística, cabe hablar de un antes y un después de la penicilina del Dr. Fleming. Después de varios grandes hitos de la terapéutica, la aspirina, el omeprazol, las insulinas sintéticas, los calcioantagonistas, los IECAS, las nuevas anestesias y tantos otros grupos terapéuticos importantes, queda mirar hacia atrás y valorar de dónde procede todo esto.
El hombre conoce el problema, intenta conocer su naturaleza íntima (investiga). Una vez que ha conocido esa naturaleza, o bien establece una teoría que parezca satisfacerla o explicarla, desarrolla productos que ayuden a corregir, mejorar, o en general a modificar lo que la naturaleza tenía destinado para ese fenómeno (por ejemplo, que este su amigo boticario y aprendiz de brujo vuele por los aires sin ser pájaro).
Es evidente que si lo que se desarrolla no es novedoso, no innova sobre lo anterior no se progresa, con lo que podemos decir que la condición sine qua non de la investigación y el desarrollo es que sean innovadores. O por lo menos traten de serlo como objetivo tendencia. Aunque se fracase.
No es siempre necesario que el avance sea ciclópeo, en ocasiones (casi siempre) los avances son pequeños, y es cuando se vuelve la vista atrás cuando se ve la senda recorrida (Machado) y se puede medir la altura a la que se ha llegado pasito a pasito, haciendo camino al andar, escalón a escalón.
La innovación es una mejora relativa sobre lo existente, algo que aunque sea objetivamente pequeño, tiende a hacer más grande la creación humana y que ha de ser medido de una manera dinámica, no de una manera estática (es decir, nos vale la película, no un sólo fotograma).
En el terreno de la farmacia los avances son en ocasiones enormes, la citada aspirina, la penicilina, el omeprazol, con respecto a lo existente, pero en muchas ocasiones, el hecho de una aparentemente pequeña mejora es una innovación. Por ejemplo, la penicilina de Fleming era inyectable. Las formas derivadas de la penicilina más usadas hoy (véase la amoxicilina) es de toma oral y mucho más cómoda y aceptable que el banderillazo que nos ponía el practicante en su día que nos dejaba salva-sea-la-parte dolorida por varios días. Eso es innovación.
No tanta en términos relativos como la de Fleming, pero es innovación.
Aprovecho para decir, que siempre me ha parecido que lo más grande de mi profesión es que un producto como la nitroglicerina, en unas condiciones determinadas, es un explosivo de no despreciable potencia. Tomada esa misma nitroglicerina por un farmacéutico y vehiculizada adecuadamente, resulta de gran utilidad en las personas que tienen problemas coronarios en el tiempo en que son atendidos por los médicos.
Otro ejemplo de la maravillosa ciencia que cultivo es el del curare, si bien, el mérito se debe a los indios del Amazonas. Los animales muertos con curare en una flecha, son perfectamente comestibles. El curare es tóxico por vía intramuscular, pero inocuo por vía oral.
Si quieren más. Muchas personas están tomando en España y en el mundo el veneno de la famosa Lucrecia Borgia. El veneno de la digital (Digitalis Purpurea o dedalera) que provocaba un conjunto de "problemas" irreversibles en las víctimas de la hija del Papa Alejandro VI, hoy está, convenientemente preparado por mis colegas en la digoxina, que tantos beneficios tiene para enfermos con problemas de ritmo cardíaco.
Es grande una ciencia como la farmacia, que es capaz de convertir lo malo en bueno.
En estos momentos hay un conjunto de enfermedades que son el azote del mundo. Se necesitan muchas personas en la investigación, en el desarrollo y por tanto en la innovación de nuevos tratamientos. Baste citar la malaria o paludismo que se cobra anualmente la vida de millones de africanos, sin que hayamos sido capaces de descubrir una vacuna que les ayude. El problema está tanto en la reproducción terrible del mosquito anopheles como en la transmisión del plasmodium falciparum, auténtico terror de Africa.
Nosotros tenemos la lacra terrible del conjunto de enfermedades que conocemos como cáncer. Poco a poco les vamos dando cerco pero aún queda mucho por hacer.
Tenemos la diabetes, auténtica bomba de relojería sobre que la sobrellevan a pesar de todo lo que se trabaja sobre ella. Y tenemos muchos problemas de tipo psiquiátrico que indica una calidad de vida alta en unas cosas, pero baja en otras. Eso, por no hablar de las adicciones a las diferentes drogas de abuso, incluido el tabaco y el alcohol, sobre las que se investigan vacunas con diferente éxito.
Por todo lo que expongo, la negación de la I+D+i son los llamados genéricos.
En otros países más desarrollados que nosotros en estos aspectos de innovación y con más tradición en la investigación, los genéricos están produciendo un efecto aceptable sobre su industria. Se reparte el ingreso y además estos laboratorios dedican dinero para más I+D. En España, por desgracia esto no ha sucedido así y la entrada de los genéricos sólo se ha traducido en una disminución de los precios acompañada de una constatable pérdida de eficacia de los mismos. Una sanidad de segunda división.

jueves, 12 de junio de 2008

Publicidad directa al consumidor (elementos de reflexión)

lo cierto es que se ha creado un buen revuelo con el tema de de la publicidad directa al consumidor de los medicamentos de prescripción. También conocida como DTCA (Direct-to-consumer-advertising) . Como resumen de la última encuesta abierta de la UE hay una mayoría de agentes sociales que quiere impedir que la industria informe bajo ciertas normas de sus productos a los consumidores (nunca con objetivo comercial, sino con el objetivo teórico de conseguir una mayor información del consumidor de modo que sea más libre a la hora de escoger). La UE ha expresado que no sería una publicidad indiscriminada ni para alentar al consumo, sino una información contrastada e incluso verificada previamente por las autoridades sanitarias.
La clave está a mi juicio en dos puntos. Primero, aquella que separa la información de la publicidad. En principio la información se basa en dar conocimiento o comunicar características de un objeto, tanto buenas como malas. La publicidad ha de estar necesaria basada en la comunicación interesada y dirigida de las ventajas y el disimulo de las desventajas o inconvenientes. Hasta ahora la ley ha venido considerando publicidad a toda aquella información dirigida al público en general. En el caso de los medicamentos, sólo una pequeña lista de ellos podían ser objeto de comunicación al público. Este tipo de productos se llaman medicamentos publicitarios.
El segundo punto es si se está planteando adecuadamente la pregunta. En libertad, en un estado de derecho ¿debo preguntar si una cosa se puede hacer o, por el contrario, debo preguntarme por la razón o razones para prohibir una práctica determinada?. Dicho de otro modo: yo poseo un bien social, el medicamento. Conozco sobre él más que nadie pues se trata de mi creación. ¿Qué prevalece, el derecho del paciente a conocer y el derecho a decidir o el derecho de un Estado-Paternal que me indica lo que puedo o no puedo saber y en qué momento? Incluso ese Estado quiere decidir qué personas están facultadas para conocer todo sobre ese medicamento (las facultadas para dispensarlo y prescribirlo).
Se podría pensar que tenemos derecho a decidir nuestro destino general en las urnas, podemos decidir nuestro sexo incluso, y no tenemos derecho a decidir sobre nuestra propia salud. Debemos tener un tutor, el médico, que siempre nos recomendará lo más adecuado. Supongo que se supone que a él tampoco le puede engañar nadie, ni nadie le puede corromper.
El tercer punto es que nos enfrentamos a una población que de facto es analfabeta funcional y tiene tendencia a creerse todo lo que se publica o se dice o se ve en los medios. Esto puede ser terrible en el ámbito de la salud, pero ¿acaso no hay programas que a diario nos bombardean con productos potencialmente más peligrosos como son los productos milagro?

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